jueves, 11 de junio de 2015

Rosa Lentini / Poesía reunida (2014-1994) 

     

                                                                              





Puede afirmarse que la presente Poesía reunida ha nacido bajo el signo de la reescritura. Al terminar de escribir Tuvimos los libros anteriores quedaron iluminados por éste, hasta el punto de sentir la necesidad de reescribirlos. La idea de invertir el orden de los libros al reunir toda la poesía llegó casi por sí sola. Así, algún poema inicial de La noche es una voz soñada cayó y el resto ha sufrido grandes cambios. A los textos en prosa de Cuaderno de Egipto, la primera de las plaquettes, seriamente modificados, se les ha sumado dos poemas completos. La primera parte de El sur hacia mí, publicada en segunda edición en libro aparte en 2013 bajo el título de Tsunami (poema) con acuarelas de Rosa Agenjo, fue ya ampliada y reescrita, aunque la presente edición contempla todavía algunos cambios. Los poemas de la segunda y la tercera partes de El sur hacia mí han seguido idéntico camino de reelaboración. De la segunda de las plaquettesLas cuatro rosas, se modificaron y rescataron sólo los cuatro poemas referentes a las rosas y a su relación con la estación del año. Únicamente los poemas breves de El veneno y la piedra, salvo alguna desaparición, permanecen en su mayoría sin alteraciones, no así el resto. Por último, al compendiar los escritos, se observó que los poemas fluían mejor eliminando la mayor parte de la puntuación referida a los puntos finales y a las comas, y muchas de éstas se sustituyeron por espacios en blanco. 

Rosa Lentini







Publicamos a continuación seis poemas revisados por la autora para su libro Poesía reunida (2014-1994)de próxima publicación.




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La boca de Mahalia Jackson



He encontrado mi pasado
escondido en una partícula de saliva
escapada de la boca de Mahalia Jackson
         cuando cantaba:
«This is my faith, this is my light»

Y eran una fe una luz,
antes de que ellos pensaran
tener hijos o hacerles daño,
         antes de que pudieran tenerse
el uno contra el otro

He salido rápido
como un corredor de fondo
acelerando a la entrada del parque
         levitando casi a la altura del lago
a grandes zancadas ardientes en la avenida,
         bajo las copas de los árboles en flor,
antes del primer baile juntos,
cuando al otro lado de las alambradas
         que ribeteaban el camino, a la espalda
         de los carcomidos bancos de madera listada,
él salía de entre los setos, el cabello revuelto
y las rodillas arañadas, en las manos
un balón de color calabaza,
          y ella intercambiaba con una amiga cromos
          y cotilleos envileciendo en el musgo
          sus cortas calzas de niña

Mi fe  mi luz: una gota de saliva
pasa por el tracto humano
          donde el pasado es engullido

Llamadas y lotos como soportes de un juego,
mi fe en su oscuridad,
          ceremonias de un canto de ranas
para atraer a la pareja, y lo que no fue
lo que no llegó a definirse,
como un tallo que crece
          bajo la luz modélica





Clase de anatomía



La piel plateada de un niño de Hiroshima
fijó como un icono doloroso el pasado,
un faro de luz en brazos de su madre
Y ni un sólo día mi pellejo,
                       colgado cual abrigo
       solitario en el pasillo
me cubría al tener que posar en carne viva
ante los amantes nocturnos de la profesora

Amante madre, si tocabas los dos brotes
despuntados en mi pecho
o si mi bosque aún ralo pasaba
bajo tus ojos golosos,
mi identidad vibraba, sin descubrirse,
como la cuerda tensa del arco de doble cuerno de Ulises

Yo me entregaba en secreto al placer
sin variar en lo fundamental la clase de anatomía
Desde el último pupitre, un enamorado,
         esbelto o rudo, moreno o de piel rosada,
                       me llevaba consigo a fronteras
que cruzábamos cada vez que la bomba de endorfinas
de mi maestra hacía irrespirable el aula

Los verdaderos amores llegaron con los simunes
En idiomas antiguos acudieron a mi llamada
asomando con tiento, surgiendo como gatos
antes de que nada fuera a rodar o a caer,
formas terrenales surcando el océano
con barcas llevadas por largas ramas de ceibo
         que aventaban el agua hacia las simas

La espiral se estrechaba. Las continuas horas de uso
astillaban la vara de castigo, y el cuerpo que la sostenía
se hinchaba como una tierra roturada
         sin pasar por el mío

Nada es más maleable que un niño y nada lo es menos
que un niño blindándose

Y la puerta de la escuela se cierra
definitivamente tras el sonar de la campana
Ninguna inspección la abrirá

Ni el pringoso áspero pútrido sedimento de humedad
    y bulbo reseco
de esta tardía primavera





La última Cena



Como fantasmas reunidos a la mesa,
los platos estampados en azul frente a cada uno
nos distraían con los motivos paisajísticos del siglo
    XVIII:
una casa de campo cercana al río,
y árboles junto a la carreta tirada por las mulas
A la derecha los servilleteros de madera rodeaban
con suavidad los paños de algodón,
         nadie podría decir que no simpatizáramos
con la idea de estar muertos

Aprendimos a leer la historia de nuestro pasado,
cuando la intimidad desprendió
un humor amargo y durante años las suturas
         tironearon de una mujer, de un hombre,
de sus dos hijos, hasta que de la vida en común en la
    barricada
quedó una única hilacha

Todavía hoy un pie debajo de la mesa se estira
y estira hasta golpear mi rodilla...

Pienso en el viento frío
que nos arrastra a todos hacia la noche,
pienso en la intemperie, el río helado,
         el temporal de nieve,
o en el hombre desnudo que ara sobre la mujer
y clava en su vientre
el misterio que somos mi hermano y yo
        saliendo de sus cuerpos

Nosotros olvidamos que llegamos a estar allí,
ellos olvidaron que allí estuvimos





Bajo las rosas



                                                           Soy el jardinero y la flor.
                                                                      Osip Mandelstam


Comías a deshora, desterrado de tu familia
por un oscuro pecado prescrito
tu mutismo insondable, cobre bruto
que duerme a la espera de ser excavado

Con un zumbido de abejas aturdidas
tus tajos en las matas de rosas
preparaban las raíces
como la lámpara del espeleólogo
                                                alumbra las cuevas

Me enseñabas a retirar la maleza:
levantas el musgo, luego paseas los dedos
por las espinas que allá abajo seguirán frescas

Sólo por el emparrado jaspeando tu rostro
por el perfume a clavo que delataba
tus manos como espadas que disponen los cortes,
          oyéndote decir:
          Haz espacio para la vida
nos hemos acercado más todos estos años

La casa se vendió. La rosaleda fue arrancada
Y la fisonomía del barrio ha cambiado por completo
Pero en otro lugar otra casa se reformó
se plantaron rosales de tres cuerpos de altura
que rompen en panojas de corolas de cinco
pétalos cóncavos a primeros de mayo

Ahora vivo con un hombre abismado en su trabajo
de escritor como tú en tus flores,
         duerme a mi lado sopesando cada segmento
                  en relación a una historia mayor
Interminable leche blanca de los tallos tiernos
sale de sus manos. En la distancia
ambos sois una frágil fórmula del amor,
yo misma una pequeña brecha, una gota
          que sale como el semen derramado,
          una partícula de significado anterior a la vida

Lugares vacíos nos encuentran
cuando ya no los miramos, tan brevemente
En alguna parte un jardín fermenta
contigo despuntando
       las siete hojas ovales
con el aire que despeina la mata plateada de tu cabeza
                  y la tonsura roja por el sol
Entras en tu muerte de hojas dentadas,
                  el oro que aún sueña con la tierra te viste





Mapas


                                             No todo acaba. Todo empieza.
                                                            Fina García Marruz


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No todo acaba, lo que no se dijo
lo que quedó sin hacer también breves luces
en la costa, abrochadas al litoral
          y lo que alumbra o se apaga
modos de mirar el pasado
con cada hueso cada uña
sílaba de esperanza

Lenguaje de instantes dispersos
donde las palabras frío
y templo o yurta y montaña van
en formación como bagajes solitarios

Y miradas sobre la distancia
porque las presencias sostienen menos al hombre
que los ausentes, tan parecidos en su quietud
         al nacimiento del mundo
y como las isobaras también líneas
         de colores naufragados
         tiempo después lavados por la arena

El día amanece, nos enclava en lugares conocidos
de nuevo la vida inunda los puertos
y mientras la hora del duelo pasa
la frase marcada en rojo
traza el mapa de lo posible



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Desde la ventana el camino
forma una escala de agua enlodada
que levanta algunas piedras
de este cauce con heridas

Al llover el sonido se rompe
desde el aire con el chasquido
de la gota sobre la llama

Al helar, la ley que aquieta
el horizonte acerca sus voces

Y el temblor en el cristal
aviva su eco
o lo ensordece,
la responsabilidad
y su transparencia



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De madrugada el óvalo de la noche al derramarse
devuelve el frescor como una bendición
y el mundo pasa vacío y sin palabra

Reacios a ver perdidos esos fulgores
los muertos esperan a que alguien
copie sus nombres en la gran yema lunar

El amor es lo que todavía está por trazarse
         en un extremo anónimo del cielo
que los aleros de algunos tejados ocultan
En el extremo opuesto se descubren zonas vírgenes
                  dispuestas a brillar

Por un instante mi voz recitando
        acorta las distancias
Un encuentro detrás de una memoria
una parcela invertida que nunca se desplaza
aunque ya nada sea reparable
aunque nada se asiente
definitivamente tras haber llegado,
aunque el tiempo en que tememos ser desalojados
sea el que sostiene la vida
y el centro esté aquí,
                   lleno de deseo y ausencia




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ROSA LENTINI (Barcelona, 1957). Poeta, traductora, y editora de Ediciones Igitur, en compañía del escritor colombiano Ricardo Cano Gaviria. Miembro fundador de las revistas Asimetría (1986-1988) y Hora de Poesía (1979-1995), de la que fue también directora. En esta última tradujo a numerosos autores y realizó varias antologías poéticas. Ha traducido los libros Siete poetas norteamericanas actuales (en colaboración con Susan Schreibman, 1991, 1992), El ladrón de Talan, de Pierre Reverdy (1997) y, en colaboración con Cano Gaviria, Satán dice, de Sharon Olds. Asimismo, ha traducido autores como Giuseppe Ungaretti, Joan Perucho, Rosa Leveroni, Adrienne Rich, y Djuna Barnes, entre otros. Su obra poética incluye los títulos de poesía La noche es una voz soñada (1994), Cuaderno de Egipto (2000), Intermedio (2001), El sur hacia mí (2001), Las cuatro rosas (2002), El veneno y la piedra (2005), Transparencias (2006) y Tuvimos (2013). Poesía reunida (2014-1994) (Animal Sospechoso, 2015) recoge todos los poemas publicados por Rosa Lentini hasta la fecha.

Al mismo tiempo. La escritura de Rosa Lentini / Eduardo Milán













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Hay algo que conmociona profundamente en esta Poesía reunida (2014-1994) de Rosa Lentini. Mediante una extracción del tiempo la autora se relee a sí misma y sopesa las posibilidades de una justificación lírica de su experiencia vital que se volvió escritura, escritura en retrospectiva. Bajo una mirada de convocación se juntan –vida reunida– los afectos que conforman, desde un deambular hablante que entra y sale de todos los espacios, la escritura. Pero no hay que dejar que ese «algo» caiga en la vaguedad –vaguedad: nada más lejos de la significación de la palabra poética para Lentini que cualquier atisbo de vaguedad– de otro «oficiar lírico» más, que, visto así, no le hace justicia a esta aventura de reverse que, por un momento, parece más orfeica que órfica bajo el signo del re-verse, la vuelta del verse a sí misma en el versum de la vida. Lo que no suelta al azar su «algo» es el desafío de una verdadera propuesta de poética que vuelve un círculo completo este haber tenido/haber escrito en el despliegue de una pregunta para todas las respuestas: ¿en qué tiempo de escritura estamos poéticamente hablando? Clave: la vitalidad con la que se escribe ese «haber tenido» lo ensalza a la dignidad de un continuo presente, al mismo tiempo, ese «vivimos sincrónicamente», epifanía de Rosa Lentini que recuerda Jenaro Talens en sus lúcidas notas sobre la poética de la autora[i]. Si se vive al mismo tiempo, se vive la pérdida al  mismo tiempo que la vida, o sea: la vida asume la pérdida porque la pérdida –ése es el triunfo de la vida– no puede asumir la vida.



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El tiempo, que de veras escapa, va acompañado de imágenes y fechas. Va también acompañado de una escritura que finge tener que ver con él. Entre imágenes y fechas, de un lado, y escritura, del otro, hay una zona neutra, la región de los detalles. Aunque el título de la Poesía reunida (2014-1994) de Rosa Lentini –una reunión a tres títulos: Hablando de objetos rotos, Linaje río abajo y El fin y el origen– es ya una poética, o se quiere que así se contemple una de sus posibles lecturas, es una poética relativa, no totalizante. Fuera de aquí todo aroma que pudiera traer consigo algún aseguramiento con indicios eternistas. Los tres títulos para una sola reunión indican una cierta inclinación a la tentativa. Nada tiene un sólo nombre –no hay certeza en la memoria– es una apuesta dura para los tiempos poéticos que corren. O, si se quiere reducir el impacto, ningún libro tiene un solo nombre. Todo título es arbitrario. Esto es tan cierto y tan enemigo de toda certidumbre que alcanza el nivel deseado para una poética. Sobre todo si se trata de una obra que arranca con un libro cuyo nombre está escrito en un tiempo verbal pasado y que sitúa desde ese nombre el suceder en otro espacio: Tuvimos (2013), la más reciente publicación de Rosa Lentini, que organiza bajo su mirada los libros anteriores que van apareciendo por lectura de presente a pasado: El veneno y la piedra (2005), Las cuatro rosas (2002), El sur hacia mí (2001), que comparte espacio con Tsunami (2013), Cuaderno de Egipto (2000) y La noche es una voz soñada (1994). Ese «tener» en pasado alcanza lo posible: vida, memoria, tiempo. Y alcanza escritura. La escritura pasa a ser «lo que se tuvo» aunque esté insistentemente inscrita en el presente desde la inversión temporal de ubicación del último y más reciente libro en el lugar del primero. De este modo temporal abre el volumen. Lo abre al presente de la escritura y desde el presente o, por lo menos, desde el último presente. La precisión no es vana: se vive a varios presentes en una actualidad para la que la memoria es una suerte de lugar cultual que ocupa el lugar de la historia. Lentini hace así un juego con la parcela de historia distópica que se vive luego del cese ralentizado de la utopía desde comienzos de la tercera parte del siglo XX. Se vive a tiempo liberado, en apariencia. Tiempo propicio para la poesía, parecería, no para la historia. Se escribe, dice así Rosa Lentini, desde el presente. Pero, ¿hacia qué tiempo? Lo que no es lo mismo que preguntar para qué tipo de lectores. Hay algo de verdad extrapoética en la formulación teórica que hace esta reunión. Es más: se diría que desde esta localización extrapoética es posible trabajar la incertidumbre del tiempo en que el mismo libro tiene cabida. No funciona en poesía combatir –si eso se quiere– la incertidumbre a golpes de sobrentendido poético, eso a lo que una doxa poética recurrirá en tiempos aciagos para la poesía donde todavía –o más que nunca– resuena el ritornello de Hölderlin: … «¿Y para qué poesía en tiempos de miseria?»[ii]1 . Salvo para conciencias poéticas donde el tiempo poético ya está resuelto –resuelto antes de ser puesto en cuestión– el tiempo de la poesía, el tiempo en la poesía, sigue siendo uno de los temas pertinentes y acuciantes teórica y prácticamente. Hay que escribir a escritura desnuda, esto es, sin resolver –y soportar lo irresoluto de (y en) la escritura.



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Bajo el signo de Tuvimos está la poética clara, una poética casi (im)posible en la poesía de hoy: la poética del reconocimiento. El verbo permite el reconocimiento de lo habido –cuentas con lo vital, cuentas con el fluir a tu favor, cuentas con la edad tocada– y el reconocimiento, en su tiempo: el tiempo verbal, de lo que ya no está. En la primera acepción se abre a un futuro incierto que –ése sí– cuenta con el reconocimiento de lo que hubo. En la segunda, se abre a la elegía. Casi diría que esta partición del reconocimiento es posible porque todo impele a valorar, no sólo a revalorar, como condición de lo dramático de la sobrevivencia pero, menos dramático, como condición de continuidad. Mediante el reconocimiento Lentini permite, colocado ese último libro en primera línea, reconocer la obra anterior al mismo paso que la vida anterior. El libro se transforma de un posible avance hacia la reunión en un repaso de lo reunido. El movimiento del libro Tuvimos –su reposicionamiento– es clave de todo el volumen porque ordena la mirada del conjunto. Comienza la especulación dada su apertura significativa. Pero la invitación es precisamente ésta porque es el tiempo del balance, no de la balanza ni del «pasado en claro» paciano. Del rever. Tuvimos sugiere un resto, una apoyatura: de eso oficia la escritura misma, su potencial articulador que soportado en una mínima base residual es capaz de formular, sin descaracterizarse, la potencia de la pérdida presente ante un pasado que, colmado el sujeto o no, era suficiente como espacio habitable. Tuvimos, más que una nostalgia, señala una deficiencia de presente, un presente que no da más de sí que la superficie de su fugacidad. Se habla desde un resto de la constitución de otro resto con valor de vivencia plena. De ahí que ese tuvimos, esa concreción que no está, logre una plenitud en ausencia cuya solidez será, frente a la inconsistencia, demoledora. Tuvimos es el abismo que señala la inconsistencia de algo que se propone como verdad concreta ahora que cayó con el mundo de la vaguedad y el horror el imperio de la abstracción. Desde esa perspectiva contundente todo tener, considerado como plenitud, no como propiedad, es falso, ilusorio, fantasioso. No es, insisto, el pasado: es la solidez que muestra su falta. Porque decir tuvimos es desterrarse del presente, vivir referido a un abismo de cosas, un tiempo-mundo que está ahí para fundarse. ¿Cómo se determina lo tenido? En poesía es difícil. Parece invitar Lentini a lo imposible de su consideración. Si se mira lo poético desde el punto de insuficiencia de un lenguaje que nunca alcanza, la poesía es un deseo de tener que se concreta en el posible y tentativo «tener» de un poema. Es la posible concreción: ese contundente, antimetafísico, «to have or nothing» de Wallace Stevens. Esto quedaría consignado en el título del libro de Lentini, tres opciones de nombre para la misma aventura. Aunque, también en la lógica de los «modernos» y en la más pura tradición poundiana, Lentini practica un «make it new» implacable desde eso que al comienzo llamé «región de los detalles»:


Lo dulce surge del pasado
con una única consigna
de hacerse apetecible. 
Atesoradas ciruelas 
          en el reino de lo inmutable 


Donde no todo puede ser alcanzado por el concepto, en poesía, llama poderosamente la atención la distribución de las líneas que practica Lentini. Su verso, moldeado más por la respiración ordenada de los grupos fónicos, bordea siempre la prosa, esa prosa que dejó de ser derrame urbano para convertirse en el enfrentamiento del verso con su propia noción de límite. La lírica no se pierde sino que gana terreno. Y en el reagrupamiento afectivo, en la recreación de los escenarios donde –tal vez, quién sabe– ocurrió lo que ocurre ahora en la escritura –ocurrió allí lo que la escritura es aquí capaz– ese desborde, ese borde que se desdibuja adquiere su verdadera dimensión: en el imaginario que recrea no debe haber medida, su espacio es la desmesura. Guiada por su imaginación como por un faro que ya se vio, Lentini sólo puede dejarse ir, desaparecerse, desfigurarse como en el poema «Lluvia» que cierra la segunda sección de Tuvimos, poema que parte de un ceñido y corto decir para luego abismarse a la prosa.



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Hay otra mirada que quiero consignar basado siempre en la re-lectura propuesta por Lentini de su obra. Es la mirada que atraviesa, literalmente, su escritura y a medida que avanza va liberando su realidad de viaje iniciático que culmina –si es que culmina– en sus inicios: la página onírica. Esto es, sigue el linaje de una cierta modernidad oscura a flor de piel cuyo ejemplo mayor para mí es el Mallarmé de Un Coup de dés. Esto supone, también, una inversión. Cuando lo general poético es huir de la página como de un mal sueño, un recuerdo «infantil» que hay que apagar a golpes de historia y acontecimientos trascendentes, Lentini, como verdadera poeta, avanza hacia la página como hacia su consumación material. No es cualquier página: onírica, al ser del sueño, no abandona su condición caduca y mortal, raspada, vegetal, con mancha. Un viaje completo que también tiene, como capítulo de luz inmersa, su región de los muertos (Cuaderno de Egipto) pero es una zona más en la región de los detalles. Se viaja hacia el origen –lo propone en uno de sus títulos–: ésa podría ser una propuesta metafórico-trascendente. Pero Lentini vuelve todo literal, necesita consignar materialmente lo que su imaginación –o (y) su existencia real– experimenta. De ahí su capacidad de contagio y desprendimiento, fulgor y densidad. ¿Cómo se queda el lector? Literalmente deslumbrado, iluminado por la letra.




[Prólogo a la Poesía reunida (2014-1994) de Rosa Lentini, de próxima publicación en Animal Sospechoso Editor.]



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EDUARDO MILÁN (1952) ha publicado, entre otros, los libros de poesía Estación Estaciones (1975), Nervadura (1985), Errar (1991), Son de mi padre (1996), Alegrial (1997) y Razón de amor y acto de fe (2001). Participó en la antología de poesía hispánica Las ínsulas extrañas (2002) y publicó la antología de poesía latinoamericana Pulir huesos (2007).


En nuestra sección Poemas publicamos una selección de los poemas revisados para la publicación de Poesía reunida (2014-1994), de ROSA LENTINI, de próxima aparición en Animal Sospechoso Editor.








[i] Jenaro Talens, «El sol nos elige, o la rendija luminosa de la memoria. Notas sobre la poesía de Rosa Lentini», en Rosa Lentini: Tuvimos, Madrid, Bartleby, 2013.
[ii] Friedrich Hölderlin, Las grandes elegías (1800-1801), Versión castellana y estudio preliminar de Jenaro Talens, Madrid, Hiperión, 1996.