domingo, 4 de noviembre de 2018

Julio Prieto / Marruecos





























Ni pluralidad ni vacío, la escritura de Prieto opera por recorte. Una prosa pegada a la propia contingencia: no hay anterioridad a ese relato escamoteado que cada fragmento propone. Son situaciones de escritura que recuerdan situaciones de vida pero que no pueden ser rastreadas ni perseguidas. ¿No es ese el efecto de fuga que el oasis marroquí prendía en Occidente? ¿No se iba a Tánger o a Casablanca a desaparecer o, menos dramático ni solemne, a camuflarse en otro o en el verdadero? El retaceo, el recorte de la escritura en Prieto bloquea el policiamiento de la escritura. Esos recortes suscitan en la imaginación ecos, lamentos, saldos de espíritus o cuerpos en pena o en júbilo y, además, una carnalidad de lo real que adquiere fuerza documental. Lo que sucede, sucede ahí. Y podría haber sido, tal vez, de otra manera. La fuerza de la indeterminación posible. Esto último, la consistencia ética de lo contingente, ronda todo el libro como una ética escritural. ¿Cómo, todavía, abunda y prolifera una escritura que finge el efecto de predeterminación formal, temática o anclada en un modus operandi que ya no recuerda ni su nombre?

Eduardo Milán




Publicamos a continuación una selección de poemas de Marruecos (Amargord, 2018) de Julio Prieto. 

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La marea escupe huesos, lábaros, morfologías viscosas. Algo, un color mórbido (algo que fue verde) se desentierra. Una espina dorsal, oración escrita en la arena, vaho que aspiró a abismal altura. Un oscuro lenguaje de manchas y sombras de otro mundo (aún no sabemos qué o cómo significa). Una tela retorcida, quemada, hollada por pájaros. Algo muy antiguo yace en la espuma

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Del castillo nada se sabe, se siente el frío en la piedra. Nadie sabe cómo llegó aquí, el ambiente es festivo. No es raro extraviarse. Más de una vez buscando el pórtico de entrada, fui a parar al torreón más alto, donde sería mortal la caída. De ahí el dicho de los lugareños: salir es caer. En la torre de Muy hay que emplearse a fondo. El monje espera, y es delicada operación: hay que aferrarse a las gárgolas, clavar las uñas en los berruecos de granito, deslizarse por resbaladizas rampas. Luego se sigue por un desfiladero hasta el arco de los jenízaros. La migración por la espina (gratwanderung) al libre y abierto cielo. Hay que pensar rápido, la clave del equilibrio es no mirar el abismo. Hay muchos extraños. A veces se llega al estrado de dueñas: algunas inician vagas preguntas, ninguna nos recuerda, atrae o perturba. Hubo una guerra, por los corredores circulan fétidos miasmas. No es un castillo, es un país vacío 


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Los hombres están listos. Colocan en el suelo los rabeles, los bendires y atabales. Son líbanos (nuevos ritmos). Se disponen a iniciar el baile. Tan pronto suenen los primeros compases serán ajusticiados 


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Una palabra antigua retorna en mis sueños. Es hermosísima. Me resisto, pongo cera en mis oídos, me ato al mástil como el marino al sentir las doncellas del agua. No hay fortaleza contra el encanto, el vaivén del melisma: albacara, albacara, ven


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Hablo del encuentro: un juego de sombras en la calle desierta, al doblar la esquina, y ahí está. Recién escapó del sanatorio, ofrece sus servicios, mas es demasiado pronto. Quiere contar algo: de dónde vino, cúya fue, quiénes fueron sus maestros lejanos y cercanos. Fue un largo viaje, hay laceraciones en sus palabras, grietas en la lentitud de sus gestos


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Ayer volvió a mí un lugar en el que nunca estuve fuera de mis sueños. Una fortaleza en ruinas: errores y ecos, palpitante blanco de una ciudad evaporada en la garganta. Un fin de tierra descendía gradualmente como una promesa de luz. La muralla está abierta, se puede recorrer, pero esta vez sólo pude recordar el camino, el aire claro y amargo, el nombre del país al que había que regresar -demasiada gente se agolpaba en las puertas. También los espacios pensados nos habitan -los lugares vividos queman el rastro de su invención


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Ese pájaro que aletea en lo más oscuro del pecho -he de seguir su rastro o inventarlo en el vuelo de la mañana


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Nútrese la pequeña, apenas mencionable criatura de algo traído del confín (moscas, entrañas de vacío, alguna presa fácil) que el padre con todo el amor del mundo en su aterida boca regurgita


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La alauzeta echó el vuelo contra el rayo, la vi mover -algo la movía y se dejó caer (el soplo en la cima dice su fábula: el dios existe y el mundo no)

                                                      



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JULIO PRIETO (1968) estudió en la Universidad Complutense de Madrid y en la de Nueva York;  actualmente, es profesor en la Universidad de Postdam. Ha publicado numerosos ensayos de crítica literaria, así como los libros de poesía Sedemas (2008), Bilingües (2013), De masa menos (2013). Marruecos (Amargord, 2018) es su último libro. 















domingo, 30 de septiembre de 2018

Bianca Tarozzi. Los fastos de la austeridad / Juan Pablo Roa






Bianca Tarozzi
























       
Me decían siempre: «¡Así no,
corta los lazos, libérate!
¡Quita las rimas aléjate del metro!
Corta, reduce, encola, «En cambio a mí
no me gustaban los collages, quería enteros,
como una foto nítida la mía
poesía y la vida:
una fotografía de bordes blancos 
que delimitan, en blanco y negro,
sin énfasis, de contraste 
previsto, austero.

Bianca Tarozzi, «Límites»





I. De la poesía de Bianca Tarozzi sorprende la manera en que logra retener el misterio del lenguaje, a pesar de hallarse inmersa en los detalles más cotidianos de la vida. No lo hace al modo lírico de Montale en su Cuaderno de cuatro años –libro en el que la cotidianidad y el misterio van de la mano–, sino al de la poesía estadounidense del último siglo. Es verdad que Italia posee una rica tradición de poesía narrativa, como por ejemplo los poemas narrativos de Attilio Bertolucci –o incluso de su novela en verso, El dormitorio [La camera da letto] en la que el poeta trabajó durante casi treinta años–, pero la diferencia radica en que la poesía de Tarozzi no es lírica en su construcción, sino narrativa y a veces dramática. Se trata de una poesía en la que el entramado poético y el narrativo penden del detalle cotidiano, demostrando así que no se trata de entidades incompatibles. En una palabra, la poesía de Tarozzi tiene ligereza de pies, pero no de cabeza, y logra hacer del detalle su núcleo narrativo.


          De pequeña jugaba a Garibaldi:
          Yo era Garibaldi, las demás obedecían.
          Iniciada la conquista,
          desde el jardín hasta el solar
          no siempre me seguían.
          En lugar de obedecer
          traicionaban a gritos:
          «No juego más,
          ¡Siempre mandas tú!»
          Y por ello, consternada,
          en retirada,
          perdía la partida:
          Aspromonte, Magenta,
          tus derrotas o las victorias de los demás
          han sido mías: yo los entendía.
          Las heroínas morían en Rávena:
          ¿Amarte por siempre, morir en vano?
          En mi mente
          las interrogaba
          [...].


Una buena muestra de esta poesía puede apreciarse en la antología traducida del italiano por Jeanne Foster y Alan Williamson, de reciente aparición en Nueva York.  En esta publicación puede constatarse un punto de inflexión tras la publicación de La Buranella [La muchacha de Burano] (1996), libro en el que, si bien presenta ya los rasgos narrativos y el ingrediente coloquial de su estilo, el desarrollo de los poemas aún no parece desfigurar –enajenar– la supuesta realidad, aunque de los detalles descriptivos nace la historia poetizada:


          Y arriba en el cielo el pálido resplandor
          de las luces de Bengala. Así, a veces
          la mente se ilumina en el terror.

          Rayos, chispas en el cielo de milenios
          y estallidos, explosiones.
          Luego vuelven las estrellas: miradas fijas.
          Somos los padres y las madres de nosotros mismos.

          «Llano del Voglio»




 

II. La autora se vale de un lenguaje cercano al diálogo y su tono es más bien coloquial a pesar de que lo que refiere las más de las veces es grave en su contenido. Una muestra de ello es su poema largo «Le Ville», así como muchos de los poemas de su libro Il Teatro Vivente (2007). En efecto en este poema se refiere la historia de un desconocido que, a expensas de la súbita sintonía con un interlocutor casual –la poeta–, refiere la historia de cuando descubrió no ser el hijo de su propio padre. Se trata de un relato enmarcado dentro de la historia de un viaje por carretera de varias amigas, densa, categórica, pero contada desde la ligereza de una anécdota de viaje, con lo que adquiere una categoría desenfadada desde la cual poder narrar hechos de honda intensidad. Algo parecido a lo que sucede con el poema «La chaqueta», que habla del arresto de su padre (1926) a causa de su resistencia al fascismo de Mussolini:






          Cambiamos, pero queda en la cara
          el rastro del evento, la marca impresa
          como el sello sobre la cera

          y el pasado queda inciso 
          también en el corazón, un corazón a la ventura
          que nos guía, nos cuida, nos precede.

          Queremos algo
          más extenso y rotundo;
          del pasado perdido del niño por nacer

          el mundo sale a la luz:
          entre los dolores del parto se abre camino
          y el dolor conduce

          al gozo. […]





III. Suspense, misterio, alienación del sentido consuetudinario de la percepción son categorías que normalmente no se asocian a la poesía, y, sin embargo, son una parte integral de la escritura de esta poeta. En todos sus poemas nace una tensión imbricada con el suspense, con la expectativa e incluso con el miedo que subyace a una realidad aparentemente anodina, pero que la autora deforma con trazos de ironía y de sarcasmo a medida que se desarrolla el poema. Muchas veces se agazapa el esperpento y un ejemplo de estas apariciones es su hermana, que asoma varias veces en sus poemas, o incluso alguna de sus amigas. En apariencia, en el siguiente fragmento precisamente, se describe solamente la comparación de dos hermanas que tienen diferencias muy marcadas, pero a un cierto punto la realidad descrita empieza a teñirse de suspense, de ciertas connotaciones grotescas o, como mínimo, de un espanto velado que marca la diferencia:









          [...] La noche
          es solamente suya:
          regresa soñolienta,
          arrugada, greñuda,
          inventa historias
          especialmente absurdas.
          La ha seguido uno:
          un tipo de cabeza encapuchada.
          No, no, mejor así:
          ¡empaquetada!
          Eran un grupo,
          todos amigos.

          ¡Y este tipo entra al teatro
          con la cabeza envuelta,
          toda misterio, invisible!
          No era Carnaval
          por lo que la inocentada no vale.
          ¿Y quién era ese fulano
          y por qué estaba ahí sentado
          en el cine con ellos,
          la cabeza dentro de un saco?
          Era mi padre, me responde.
          ¿Solamente suyo, no mío?
          La historia es incomprensible:
          murió hace ya veinte años
          me digo, para hallar una razón.
          Ella aprovecha la ocasión
          para contradecirlo todo.

          «Hermanas»





IV. Para cerrar estas líneas quiero subrayar algo que apenas he insinuado: la sencillez como instrumento de exploración y de descripción de la propia escritura, de la propia manera de ser. Como si quisiera demostrar que la sencillez es una postura de la diferencia, de la propia protesta contra el mundo. En un mundo donde todos quieren protestar, el trazo sencillo, el gesto de normalidad son igualmente una manera de afianzar esa otra protesta del que quiere seguir el camino a su manera. Por eso vuelvo sobre el poema «Límites» citado al inicio de este escrito: 


          Los poetas de mi generación
          viajaban felizmente por California
          en camiones propiamente angelicados;
          escribían poemas en pequeñas hojas
          perfectamente preservadas, interactuaban
          entre sí, llevaban con facilidad
          elegantes chaquetas y delicados jeans.
          Me decían siempre: «¡Así no,
          corta los lazos, libérate!
          […]



Ya lo dice un adagio atribuido a algún poeta innovador: para romper con las formas establecidas, primero hay que conocerlas. Ahí radica su levigata cortesía («cortesía pulida») por el agua del poema recibido de la tradición… al fin y al cabo, también «el dolor conduce al gozo», según el verso citado de «La chaqueta».











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BIANCA TAROZZI (Bolonia, 1941) es autora, entre otros, de los libros de poesía Il teatro vivente (2007), La signora di porcellana (2012), Tre per dieci (2013) y Canzonette (2016). Su obra no ha sido traducida hasta ahora al español. Ha estudiado la obra de Jean Rhys, Robert Lowell y, recientemente, de André Gide y Charles Du Bos. Ha traducido la obra de Elizabeth Bishop, Emily Dickinson, Richard Wilbur, Lewis Carol y A.E. Housman. Es también autora de libros para niños en verso y prosa. La antología de su obra poética en inglés, The Living Theatre. Selected Poems of Bianca Tarozzi (Boa, 2017), publicada en Nueva York en edición bilingüe inglés e italiano ha obtenido el Northern California Book Award for Poetry Translation.




JUAN PABLO ROA (Bogotá, 1967) es autor de los libros de poesía Ícaro (Bogotá, 1989), Canción para la espera (Bogotá, 1993), El basilisco (Ediciones sin nombre, México, 2008) y Existe algún lugar en donde nadie (Lleonard Muntaner, Palma de Mallorca, 2010), con el que obtuvo el XXXV premio de poesía Vila de Martorell. Ha traducido la poesía de Amelia Roselli (Poesías, Ígitur, 2004), Anna Maria Giancarli (Arqueología del presente, Peccata minuta) y Antonella Anedda (Desde el balcón del cuerpo, Vaso Roto, 2014).

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Poemas citados




Mi dicevano sempre: “Non così,
taglia i legami, liberati!
Togli le rime, affrancati dal metro!
Taglia, riduci, incolla!” Invece io
non amavo i collages, volevo intera,
come una foto nitida la mia
poesia e la vita:
una fotografia dai bordi bianchi
delimitanti, una foto in bianco e nero
sobria, scandita, con il suo contrasto
previsto, austero.


I


Da piccola giocavo a Garibaldi:
Garibaldi ero io, le altre ubbidivano.
Partite alla conquista,
dal giardino al solaio
non sempre mi seguivano.
Invece di ubbidire
tradivano gridando:
“Non gioco più,
comandi sempre tu!”
E per questo, sgomenta,
in ritirata,
perdevo la partita:
Aspromonte, Magenta –
le tue sconfitte o le vittorie altrui
sono state le mie: io le capivo.
Le eroine morivano a Ravenna:
amarti sempre, morire inutilmente?
Nella mia mente
l’interrogativo.


«Garibaldi»


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E su nel cielo il livido bagliore
dei fuochi del Bengala. Così a tratti
s’illumina la mente nel terrore.


Lampi, scintille nel cielo dei millenni
e schianti, scoppi.
Poi tornano le stelle: sguardi fissi.
Siamo ipadri e le madri di noi stessi.


«Pian del Voglio»




II



Noi cambiamo, ma resta sulla faccia
la traccia dell’evento, il segno impresso
come il sigillo sulla ceralacca


e il passato si incide
anche sul cuore, un cuore alla ventura
che ci guida, ci cura, ci precede.


Noi vogliamo qualcosa
di più vasto e rotondo;
dal passato perduto il nascituro


mondo viene alla luce:
tra le doglie del parto si fa strada
e il dolore conduce


alla gioia. [...]


«La giacchetta»




III



[...] La notte
è solamente sua:
torna assonnata,
sgualcita, scarmigliata,
e fa racconti
propriamente assurdi.


Un tale l’ha seguita:
un tale con la testa incappucciata!
No, non proprio:
incartata come un pacco!
Erano in gruppo,
c’erano gli amici.
E al cinema costui
è entrato con la sua testa incartata,
misteriosa, invisibile!
Non era Carnevale
e lo scherzo non vale.
E chi era quel tale
e perché era seduto
al cinema con loro,
la testa dentro un sacco?
Era mio padre, mi risponde lei
Soltanto suo, non mio?
La storia è indecifrabile:
è morto da vent’anni,
mi ripeto per darmi una ragione.
Lei coglie l’occasione
e ribadisce il tutto.


«Sorelle»




IV



I poeti della mia generazione
viaggiavano felici in California
su camion propriamente angelicati;
scrivevano poesie su fogliettini
preziosamente conservati, interagivano
tra loro, indossavano con agio
eleganti giacchette e smilzi jeans.
Mi dicevano sempre: “Non così,
taglia i legami, liberati!


«Confini»