jueves, 15 de marzo de 2018

Alfonso Alegre Heitzmann / El camino del alba






  Luis Fernández                     Rosa en un vaso, 1962
                                                      
























El horizonte de este poeta, como no podía ser menos, se ensancha para recoger en su regazo todas las manifestaciones artísticas. Así glosa con magnificencia a esos poetas mudos que son los artistas plásticos con ajustadas saetas, para el caso, de Cézanne —«una línea, un color, en todas partes»—, Kounellis o Tàpies, que «construyen un vacío que sabe contener una ausencia». Estamos en los umbrales del pensamiento puro. Lo vieron los dos pensadores más relevantes del siglo XX, Heidegger y Wittgenstein, este último al afirmar que «la filosofía debería ser únicamente poetizada». Porque el canto —la trova— es el hallazgo del musical hilo para remontar el misterio de nuestra naturaleza; y el silencio, la génesis para nombrar su sentido. Y ahí está Alegre Heitzmann, al que le cuadra la corona de laurel de la autorreflexión poética que estampó Jorge Guillén en Cántico: «Impulso de un final, ya pulso pleno, / se muda en creación que nos confía / su inagotable atmósfera de estreno. / Gracia de vida extrema, poesía».

Francisco Calvo Serraller 

(Extracto de El País, 10 de abril del 2017)




Publicamos a continuación una breve selección de sus poemas. Los tres primeros pertenecen al libro Sombra y materia (1995) y los cuatro últimos a su último libro El camino del alba (2017).

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Color entre las vigas



                                         No están en la sala las vigas ardiendo.
                                         No es que amanezca, no viene un dragón,
                                         no están en la sala las vigas ardiendo
                                         es gente que ataca.
                                                                                Cantar de Finn
  

Entre las vigas encendidas
el perfil de una mano
en el que sombra y fuego
se demoran,
y el color,
el color en la sangre
como barro de hálito sagrado.

Granate en las sienes del alba,
óxido
del mar que se derrama,
metal sonoro,
la herrumbre de su trazo;

        como ola en el papel hecha añicos.

Entre las vigas encendidas
el perfil de una mano
en el que sombra y fuego
se devoran,

como el espacio de la noche

en que en la piel se dibuja,
abierta entre la sangre
oscura de su herida,

la ola que ennegrece.


                                   (De Sombra y materia, 1995)





ROSA CÚBICA


                              Homenaje a Luis Fernández


Pétrea la rosa
y su perfil

frágil dibujo
del viento

en el desierto
puro —sin objeto.

Pétrea la rosa
y su perfil

frágil dibuja
el viento

en el espejo cúbico del verso.


                       (De Sombra y materia, 1995)





Todas las puertas
dan a la noche;

la mano que las empuja
sabe por qué lo hace,

y es siempre
(la mano sobre el pomo)

la mano de una mujer.

No te preguntes, ahora
cualquier razón es vana;

del páramo llega el viento,
la puerta ya está abierta.

Había una mujer,
viste su mano.

                            
    (De Sombra y materia, 1995)





VENTANA ENCENDIDA

                                                           A Coral


Del agua nadie sabe, mas su voz era del agua,
del agua que nadie más nombraba;

murmullo, la noche, donde la sed se adentra.

El agua de nadie fluye en el jardín;
bajo tu ventana, su transparencia oscura,

rumor del mundo, noche,
ofrenda de silencio venida de la nada.

Ventana encendida;
sobre el fluir, su voz, su voz callada.

Nadie la sientes,
con tus manos bebes;

del agua era su voz.


                                 (De El camino del alba, 2017)





El silencio quiere ser sombra en las palabras, cal dormida donde penetre el tiempo, pared callada donde tocar la noche. La tierra supo de ese misterio antes de que el hombre la cantara con palabras de aceptación o de desespero. Nombrar la nieve, entonces, era ver su blanco como la noche sólo lo presagia —página de esta luz, yermo sin límites, verdad sin muerte o vida, con vida y muerte traspasadas en un acorde solo que las afirma y las niega al descubrirlas unidas. La tierra lo sabía, mirar era saberlo; mirar era morir y aceptar el instante.

(De El camino del alba, 2017)





ELEGÍA


Cae todo el tiempo en ti;
caen la luz, los días,
las presencias que están
y que se fueron, las sonrisas;
caen las sombras, las nubes, caen los soles,
en el solo silencio donde el mar
retumba en el siempre.
¿Y quién eres tú?
Si ellos no están, tampoco tú estás.
Tan poco tú estás que, ahora,
lees tu ausencia, su ausencia,
en quien te lee, en quien te lea.
—Tú que me lees, no estoy, ¿estás?
Estás en el yo que ahora lee,
que ahora lees,
estás en la ausencia.
Tú que ahora lees, escucha;
ellos no están, yo no estoy.
¿Y quién eres tú?
Tú eres el tiempo,
no importa dónde estés
ni quién te creas.
Tú que ahora lees, escucha,
yo soy el tiempo.


                                  (De El camino del alba, 2017)





PASAJE


Sombras entre los árboles, construíamos un estar olvidado, un deletrear secreto también para nosotros que nada comprendíamos, confiados a la viva incertidumbre del comienzo de todas las cosas; «ventana» no era la palabra, abrirla era el misterio, ventana era el abrir, y era el aire frío que alentaba el valle, y era el humo, y era el río a lo lejos, y el rumor de la hoja y la bisagra, y la doble transparencia de un mirar. Nadie dijo «aquí estamos», pero estábamos allí, y éramos decir, decir en el ver que no mentía. «Ver —habló alguien— es como el juego de los niños con las piedras, el entrechocar de una en otra y de ésta en aquélla, un blanco sonido; ver es jugar y oírlo, tocar el aire en la espera del golpe, decir y desprenderse». Y allí estábamos, en el oír que ve. Palabras no eran, pero aire era decir; estábamos y no estábamos, el invisible no mentía; sombras entre los árboles, éramos en lo invisible.

(De El camino del alba, 2017)

                                                      

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ALFONSO ALEGRE HEITZMANN (Barcelona, 1955) es poeta y ensayista. Ha sido director de la revista de poesía Rosa Cúbica, y fundador, con otros escritores, de la revista hispano-portuguesa Hablar/Falar de Poesía. Una parte importante de su obra poética ha nacido del diálogo con las otras artes, especialmente con la pintura. Ha publicado plaquettes o libros de artista, realizados con pintores como Antoni Tàpies, Albert Ràfols-Casamada, Maria Girona o Vicente Rojo.

Estudioso de la obra de Juan Ramón Jiménez, ha editado Lírica de una Atlántida así como su epistolario completo. Con Victoria Pradilla, ha traducido la obra poética de Màrius Torres, J.V. Foix o Joan Brossa. Como poeta, ha publicado La luz con el tiempo dentro (1993), Sombra y Materia (1995), La luz en la ventana (2001), La flor en lo oscuro (2003), Agón. Contemplación de Antoni Tàpies (2008) y El camino del alba (Tusquets, 2017).


jueves, 1 de marzo de 2018

Esther Zarraluki / La profesión de Adán







Esther Zarraluki






















Estos versos parecen recordarnos que hay unas historias detrás. Y efectivamente las hay, pero no se cuentan, no interesan las historias en sí, sino la impresión de vida fluyendo. Aunque me atrevería a decir, por otra parte, que esta vida tampoco fluye, está ahí estática, siempre igual a sí misma, y las imágenes apuntan en realidad a otra cosa que son y no son las propias historias. En la sección «La profesión de Adán» esto queda muy explícito: se trata de voces «a punto de olvidarse», escenas, retazos de vida de los que el jardinero es simplemente quien está allí, un testigo cualquiera, incluso podría decirse que es la vida que se atiende a sí misma, a esas voces, a esos personajes. Hay también un simulacro de movimiento, porque si toda historia parece dirigirse a un fin, la vida parece tener una dirección: «Avanza / y yo le veo desde la esquina». Sin embargo, así como no hay narración, tampoco hay avance, no se avanza hacia ningún sitio. Puesto que, aunque la vida, al parecer, se dirige a alguna parte como decíamos, con prisa incluso, ese movimiento es pura apariencia, ilusión, en realidad siempre está en el mismo lugar: el lugar del dolor y la alegría: «a veces se tiende risueño, a veces es miedo en el callejón / y miseria».

Por eso el ir, el avanzar de la vida, se confunde con el regresar: «Volver al punto de regreso / apoyar la frente en el límite / sin afán de comprender; volver al dintel».  Y más adelante: «Esperar como entonces / a que algo crezca mirando: / la masa, el tallo, el niño, la marea».

Teresa Shaw




Los siguientes poemas forman parte de La profesión de Adán, una de las partes que componen Cerca.

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El jardinero avanza usando la pala
como bastón. Las semillas
se dejan llevar por la tormenta.
Los huesos esperan. El jardinero 
lo sabe, avanza, se acerca.
Una muchacha se resguarda 
del aguacero.
El jardinero no mira la tierra, el agua
corriendo por el bordillo, las semillas
arrastradas,
ni imagina la sed saciada 
de las raíces. Avanza

y yo lo veo desde esta esquina
Pau Claris Gran Vía

le reconozco
se acerca

tropieza 
cae 
muchacha no rías
labios alegres
no rías
ojos alegres 
no rías
la pala en el suelo
los huesos




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Jardinero,
¿de dónde nacen las voces?
¿Es en la tierra?
Agua y barro,
como en un cuento germinal.

Los arces se mecen 
y olvidan,
tienden sus hojas
como si el invierno
no hubiera existido jamás
y cada nacido tapara con la mano
la boca de los muertos:
¿Ves? Vale la pena,
la célula, el abejorro, la niña, el hambre
que se ensanchen tus caderas
aprender la mansedumbre del sí
el sufrimiento y que trepa por las raíces
y toca el cabezal, la silla, la cuchara




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Las veo en los arcenes
Las veo en los arcenes
En los arcenes.

La vi una madrugada
llamar a la puerta
que no se abre.
Son las seis y clarea. 
Con los zapatos en la mano, ella
me recuerda a Regina,
que hace tiempo murió
y en su vejez 
decidió descalzarse
para siempre.
Ábrele, Regina.

Las veo en los arcenes.
Sus ojos
clavados en la curva.

Este poema no admite palabras,
mira hacia la carretera y escupe.
Es una puerta que no se abre.

Regina vivía en un gran piso
del Paseo de Gracia. Me abrió
con los zapatos
                         rojos, de tacón
en la mano. “Los compré en Berlín”, dijo.
Reía alegremente, como una chiquilla.
“Eso no lo he olvidado”.

El poema del sexo no deseado
me mira con asco
y ella sigue llamando a la puerta,
con los zapatos en la mano.

                               (Canción de Magdalena)



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Conoces la metáfora del mar
y la puntualidad de sus mareas,
el secreto que quiere confiarnos
y que yo aún no puedo ver.
Y conoces también otros sentidos 
para la sombra de un gato,
para un tren cruzando la estepa
y para la nieve y las figuras alejándose,
para el tacto recordado y las piedras
y la espera.

Te acercaste a la ventana.
Ruido en los pasillos, neón, líquidos.
Pero tú te acercaste a la ventana,
atento a toda comprensión.
¿Qué viste?
¿Dónde recoger tus signos?

                                   (Canción del secreto)
                                   Para  JL GF



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Se acerca. Quiere 
abrazarme ya. 
Yo quiero ver cómo se acerca,
así que le detengo
dulcemente:
espera, espera,
deja que mire primero
las cosas que nos rodean, 
la noche fuera y este sumarse todo
en la habitación,
fondo de mar,
pantano donde yacen
animales muertos
y crías que ven la luz y gritan.
Porque está todo aquí,
en mi cuerpo,
todo lo que tocaron mis manos
y lo que vi y pensé, su incendio.
Y también la ciruela que come una muchacha,
sus pendientes y su alegría,
la mujer que bebe y la que duerme,
la que vio marchar a su amante y la que ahora,
en este instante, se pregunta qué hace aquí,
allí, en su propio pantano. Subo a un camión repleto
en un país en guerra.  Perdí a mi hijo. Soy
anciana y niña, me afano por llegar
y olvido las llaves. Busco un lugar donde sentarme.
Tuve dos hijos, siete, no he sido madre.
Y todas callan ahora,
mientras veo cómo te acercas.




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Un jardinero avanza
y se entretiene.
Rumor de agua a lo lejos.

La fogata no espera al jardinero.
Debe darse prisa, huele ya a humo
y anochece.

Una mujer lo mira mientras se acerca.
¿Con quién lo confunde,
por qué va a alzarse
para tocarlo?
                                                      




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ESTHER ZARRALUKI nació en Barcelona en 1956. Es licenciada en Filología Hispánica.Ha publicado los poemarios Ahora, quizás, el juego (Noega, 1982), Cobalto (DVD, 1996), y los cuadernos El extraño (Café Central, 2000), Visitas (Els ulls de Tiresies, 2004) y El fruto oscuro (El toro de barro, 2005) con poemas que más tarde incorporó a Dónde (DVD, 2006). En el libro Peces que duermen (Consulta, 2012), sus poemas dialogan con la obra escultórica de Jordi Roura. Su último poemario es Cerca (Trea, (2017).



TERESA SHAW (Montevideo, 1951) es autora de los libros de poesía Destiempo (Barcelona, 2003) y El lugar que contemplas (Barcelona, 2009). Ha traducido la poesía de Frieda Hughes (Wooroloo, Barcelona, 2002), hija de Sylvia Plath y Ted Hughes.